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17 de septiembre de 2014

A la sombra de los generales

La interpretación vicepresidencial del “estado integral” es la píldora teórica para justificar y promover la cooptación de organizaciones sociales, en la más pura tradición del pacto militar-campesino, afirma en el siguiente texto el profesor universitario Roger Cortez Hurtado.


A la sombra de los generales

Roger Cortez Hurtado

La semana anterior, un estoico militante del proceso de cambio se preguntaba públicamente ¿Qué ha podido pasar para que el MAS haya decidido abrazarse al cadáver de (ADN) el partido más indeseable de la historia de Bolivia?

Pregunta válida, que aviva el recuerdo de que previamente el MAS aceptó en sus seno a ex flageladores de campesinos, miembros de los comandos civiles de la UJC en Santa Cruz y que, en consecuencia, se trata mucho más que de alianzas electorales, ya que la relación del nuevo bloque de poder con el tradicional viene tejiendo lazos y complicidades que las exceden y que son más profundas que pactos con grupos clave de la banca, los agroexportadores y de representantes de corporaciones transnacionales.

Se cumple así, nuevamente, que “la Historia se repite: la primera como tragedia, la segunda como farsa”, aquí, de manera más retorcida –o refinada- porque el MAS no sólo recupera, acelera y excede las marcas del que puede considerarse su predecesor más próximo, el MNR, sino que también actualiza y resucita, inconscientemente he de pensar, actitudes, gestos y conductas de caudillos militares.

Lo ha hecho más de una vez el Vice que, al besar con arrobo la bandera nacional, incitaba al enfrentamiento de algunas organizaciones sociales contra la COB, reviviendo las tácticas del Gobierno del general René Barrientos Ortuño, al que se imita en muchas otras formas.

De allá en adelante, no ha dejado de estimular la división y el choque con las organizaciones que no se adhieren incondicionalmente al “Gobierno de los movimientos sociales”. Ahí está la verdadera raíz de los hechos de Chaparina, porque las palizas contra los marchistas se originaron en el cerco organizado por dirigentes colonizadores, fichados en las listas parlamentarias del MAS, y no, cómo se esmera en propalar el Vice, en la presunta conspiración de un jefe policial “rompe cadena”. La interpretación vicepresidencial del “estado integral” es la píldora teórica para justificar y promover la cooptación de organizaciones sociales, en la más pura tradición del pacto militar-campesino.

Pero, además de la sombra del general aviador se proyecta la de quien fuera su ministro y, después, cabeza de la dictadura más prolongada, el general Hugo Banzer Suarez. Durante el juicio de responsabilidades que llevó adelante Marcelo Quiroga Santa Cruz contra su régimen, recordaba que el dictador proclamaba que su “filosofía” personal se resumía en “para los amigos todo, para los neutrales nada, para los enemigos palo”. La devoción del Presidente por lo militar y marcial, incluyendo la disciplina fanática, los castigos inclementes y la subordinación incondicional se acompaña de una predisposición de una ética similar.

Bajo ese rasero ha defendido apasionadamente y premiado a leales, como el ministro responsable de las fuerzas de seguridad que actuaron en Chaparina, a jefes y oficiales militares y policiales acusados de abusos, incluyendo al actual comandante de la guarnición de Cochabamba, cuestionado por violencia doméstica. Correlativamente, no ha mezquinado su respaldo a la feroz persecución y el castigo de dirigentes sociales disidentes o de los insubordinados que reclaman descolonizar las Fuerzas Armadas o encabezan cuestionamientos en la Policía.

Lo hace, probablemente, seducido por la falaz idea de que así se asegura la incondicional adhesión de los aparatos de fuerza, cuando la verdad es que una real muestra de lealtad se traduciría en el desvelamiento de las desapariciones y latrocinios de las dictaduras, porque los archivos secretos esenciales no son papeles, sino memoria institucional, hoy controlada por los grupos retrógrados que ampara el Gobierno y asfixiada entre los oficiales que anhelan una auténtica renovación.

La inercia que empuja a los gobernantes encumbrados por fuerzas revolucionarias a traer del pasado poses y tendencias restauradoras no significa que lo pretérito vaya a revivir, pero pone topes definitivos a quienes, atrapados por creencias y supersticiones sobre el poder, veneran a sus sombras y renuncian a llevar adelante las tareas más significativas que se les encomendaron.

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