El corporativismo del régimen de Evo Morales tiende a reproducirse en las bases
sociales que legitiman su gobierno, es decir en las organizaciones sociales ahora sometidas a dirigentes perpetuos y
verticalistas que imponen una disciplina cuasi militar.
El 22 de enero de 2009 abrazamos con esperanza a un gobierno que
vislumbraba un horizonte reconstructivo del país, con bases democráticas
comunitarias para enterrar el pasado neoliberal recalcitrante. Ese
escenario esperanzador fue legitimado por los factores reales de poder
imperantes en un contexto sociopolítico nuevo.
Las condiciones objetivas y subjetivas de poder del gobierno tenían su fundamento en la horizontalidad. Su base política y social son las organizaciones sociales rurales y urbanas basadas en modelos comunitarios rescatados de las prácticas ancestrales, donde primaban los vínculos de horizontalidad, solidaridad, cooperación y, sobre todo, la rotación de dirigencias.
El pueblo entregó el poder absoluto al gobierno, expresado en los dos tercios del Congreso, era que entierre el pasado neoliberal, y sin embargo, al poco tiempo, el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linera hegemonizó el poder político y supeditó el órgano legislativo a intereses corporativos.
La experiencia política en los últimos cuatro años demuestra que la clase política enquistada en el gobierno del MAS, liderada por García Linera, concretó lo que muchos temíamos; consolidar la instrumentalización de la imagen indígena del presidente Evo Morales y del canciller David Choquehuanca como elementos simbólicos o decorativos con el fin de arrastrar a las masas electorales del área rural.
La organización y consolidación del aparato estatal por parte del MAS, quebrantando el principio de coordinación de órganos (Asamblea Legislativa, Judicial y Electoral Plurinacional), se manifiesta en la instrumentalización de dichas entidades con fines corporativos traducidos en la ambición del poder económico y político.
El corporativismo del régimen de Evo Morales tiende a reproducirse en las bases sociales que legitiman su gobierno, es decir en las mismas organizaciones sociales donde supuestamente primaban la solidaridad, igualdad y otros valores, y que ahora se someten a dirigentes perpetuos y verticalistas que imponen una disciplina cuasi militar.
Los ejemplos de corporativismo sindical sobran. En El Alto, cuyos ciudadanos rebeldes derrocaron al gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada ofrendando 67 vidas y apuntalando un gobierno “indígena”, sobresale el caso de la Central Obrara Regional (COR), cuyo principal dirigente Remigio Condori acaparó el poder por varias gestiones, haciendo caso omiso al clamor de sus bases de un congreso ordinario. El objetivo de dicho dirigente era catapultarse a la política, y ahora es candidato a diputado por el MAS.
En la Federación de Gremiales de El Alto, Braulio Rocha logró eternizarse en el poder por más de 14 años, y ahora participa de manera activa en los actos progubernamentales acompañando al presidente Evo Morales, vinculo político que sin duda legitima una verdadera dictadura sindical.
Destaca también el caso de Franklin Durán, que se perpetuó como dirigente de la Federación Sindical de Choferes de Bolivia, consiguiendo, primeramente, una diputación suplente por Nueva Fuerza Republicana, el ex socio de Sánchez de Lozada. Durán es hoy candidato a diputado del MAS, pese a la resistencia de sus bases.
Otro gremio sometido es la Confederación de Mujeres Bartolina Sisa, cuya líder Felipa Huanca, con respaldo del gobierno, dio un golpe sindical para atrincherarse en el poder.
Todos estos casos demuestran que esa imagen corporativa que legitima el ejercicio del poder punitivo por vía de la absolutización del poder se replica en las organizaciones sindicales, y consiguientemente debilita aún más los vínculos sociales horizontales de solidaridad y refuerza el verticalismo.
En el escenario preelectoral, cuando el MAS reitera en su lista de candidatos a ex dirigentes sindicales que se absolutizaron en el poder, ¿qué futuro se vislumbra para los bolivianos? ¿Acaso no existen profesionales probos en cada circunscripción que pueden augurar un futuro más democrático y participativo?
Los cierto es que el modelo de organización comunitaria horizontal pierde terreno frente a la organización corporativa vertical. Las personas se hallan más indefensas frente al Estado y se reduce la interacción de la sociedad por miedo al que manda.
Las condiciones objetivas y subjetivas de poder del gobierno tenían su fundamento en la horizontalidad. Su base política y social son las organizaciones sociales rurales y urbanas basadas en modelos comunitarios rescatados de las prácticas ancestrales, donde primaban los vínculos de horizontalidad, solidaridad, cooperación y, sobre todo, la rotación de dirigencias.
El pueblo entregó el poder absoluto al gobierno, expresado en los dos tercios del Congreso, era que entierre el pasado neoliberal, y sin embargo, al poco tiempo, el gobierno de Evo Morales y Álvaro García Linera hegemonizó el poder político y supeditó el órgano legislativo a intereses corporativos.
La experiencia política en los últimos cuatro años demuestra que la clase política enquistada en el gobierno del MAS, liderada por García Linera, concretó lo que muchos temíamos; consolidar la instrumentalización de la imagen indígena del presidente Evo Morales y del canciller David Choquehuanca como elementos simbólicos o decorativos con el fin de arrastrar a las masas electorales del área rural.
La organización y consolidación del aparato estatal por parte del MAS, quebrantando el principio de coordinación de órganos (Asamblea Legislativa, Judicial y Electoral Plurinacional), se manifiesta en la instrumentalización de dichas entidades con fines corporativos traducidos en la ambición del poder económico y político.
El corporativismo del régimen de Evo Morales tiende a reproducirse en las bases sociales que legitiman su gobierno, es decir en las mismas organizaciones sociales donde supuestamente primaban la solidaridad, igualdad y otros valores, y que ahora se someten a dirigentes perpetuos y verticalistas que imponen una disciplina cuasi militar.
Los ejemplos de corporativismo sindical sobran. En El Alto, cuyos ciudadanos rebeldes derrocaron al gobierno neoliberal de Gonzalo Sánchez de Lozada ofrendando 67 vidas y apuntalando un gobierno “indígena”, sobresale el caso de la Central Obrara Regional (COR), cuyo principal dirigente Remigio Condori acaparó el poder por varias gestiones, haciendo caso omiso al clamor de sus bases de un congreso ordinario. El objetivo de dicho dirigente era catapultarse a la política, y ahora es candidato a diputado por el MAS.
En la Federación de Gremiales de El Alto, Braulio Rocha logró eternizarse en el poder por más de 14 años, y ahora participa de manera activa en los actos progubernamentales acompañando al presidente Evo Morales, vinculo político que sin duda legitima una verdadera dictadura sindical.
Destaca también el caso de Franklin Durán, que se perpetuó como dirigente de la Federación Sindical de Choferes de Bolivia, consiguiendo, primeramente, una diputación suplente por Nueva Fuerza Republicana, el ex socio de Sánchez de Lozada. Durán es hoy candidato a diputado del MAS, pese a la resistencia de sus bases.
Otro gremio sometido es la Confederación de Mujeres Bartolina Sisa, cuya líder Felipa Huanca, con respaldo del gobierno, dio un golpe sindical para atrincherarse en el poder.
Todos estos casos demuestran que esa imagen corporativa que legitima el ejercicio del poder punitivo por vía de la absolutización del poder se replica en las organizaciones sindicales, y consiguientemente debilita aún más los vínculos sociales horizontales de solidaridad y refuerza el verticalismo.
En el escenario preelectoral, cuando el MAS reitera en su lista de candidatos a ex dirigentes sindicales que se absolutizaron en el poder, ¿qué futuro se vislumbra para los bolivianos? ¿Acaso no existen profesionales probos en cada circunscripción que pueden augurar un futuro más democrático y participativo?
Los cierto es que el modelo de organización comunitaria horizontal pierde terreno frente a la organización corporativa vertical. Las personas se hallan más indefensas frente al Estado y se reduce la interacción de la sociedad por miedo al que manda.
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